05 de julio de 2019
Capítulo 40—Pablo apela a César
“Festo pues, entrado en la provincia, tres días después subió de Cesarea a Jerusalem. Y vinieron a él los príncipes de los sacerdotes y los principales de los Judíos contra Pablo; y le rogaron, pidiendo gracia contra él, que le hiciese traer a Jerusalem, poniendo ellos asechanzas para matarle en el camino.” Al pedir esto se proponían asaltar a Pablo en el camino a Jerusalén, y matarlo. Pero Festo tenía un elevado sentido de la responsabilidad de su cargo, y rehusó cortésmente enviar a buscar a Pablo. No es “costumbre de los Romanos—declaró—dar alguno a la muerte antes que el que es acusado tenga presentes sus acusadores, y haya lugar de defenderse de la acusación.” Hechos 25:16. El mismo “partiría presto” para Cesarea. “Los que de vosotros pueden—dijo,—desciendan juntamente; y si hay algún crimen en este varón, acúsenle.”
Esto no era lo que los judíos querían. No habían olvidado su fracaso anterior en Cesarea. En contraste con la calma y los poderosos argumentos del apóstol, su propio espíritu maligno y sus acusaciones sin fundamento aparecerían en sus peores aspectos. De nuevo insistieron en que Pablo fuese traído a Jerusalén para ser juzgado, pero Festo se mantuvo firme en su propósito de concederle a Pablo un juicio justo en Cesarea. Dios en su providencia dirigió la decisión de Festo, para que la vida del apóstol fuese prolongada.
Habiéndose frustrado sus propósitos, los gobernantes judíos se prepararon una vez más para testificar contra Pablo ante el tribunal del procurador. Al volver a Cesarea después de estar unos pocos días en Jerusalén, Festo “el siguiente día se sentó en el tribunal, y mandó que Pablo fuese traído.” “Le rodearon los Judíos que habían venido de Jerusalem, poniendo contra Pablo muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar.” Estando sin abogado en esta ocasión, los judíos mismos presentaron sus acusaciones. A medida que el juicio seguía, el acusado mostraba claramente, con calma y serenidad, la falsedad de sus declaraciones.
Festo se dió cuenta de que la cuestión en disputa se refería enteramente a las doctrinas judías, y que, aun en el caso de poder probarlas, no había en las acusaciones contra Pablo, nada que lo hiciera digno de muerte ni aun de prisión. Sin embargo, vió claramente la tormenta de ira que se levantaría si Pablo no fuera condenado o entregado en sus manos. Y así, “queriendo congraciarse con los Judíos,” Festo se volvió a Pablo y le preguntó si quería ir a Jerusalén bajo su protección, para ser juzgado por el Sanedrín.
El apóstol sabía que no podía esperar justicia de parte del pueblo que por sus crímenes estaba atrayendo sobre sí la ira de Dios. Sabía que, como el profeta Elías, estaría más seguro entre los paganos que entre los que habían rechazado la luz del cielo y endurecido sus corazones contra el Evangelio. Cansado de la lucha, su activo espíritu apenas podía soportar los repetidos aplazamientos y la agotadora incertidumbre de su juicio y encarcelamiento. Por lo tanto, decidió ejercer su derecho de ciudadano romano de apelar a César.
En respuesta a la pregunta del gobernador, Pablo dijo: “Ante el tribunal de César estoy, donde conviene que sea juzgado. A los Judíos no he hecho injuria ninguna, como tú sabes muy bien. Porque si alguna injuria, o cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehuso morir; mas si nada hay de las cosas de que éstos me acusan, nadie puede darme a ellos. A César apelo.”
Festo no conocía ninguna de las conspiraciones de los judíos para asesinar a Pablo, y se sorprendió por esta apelación a César. Sin embargo, las palabras del apóstol detuvieron el proceso de la corte. “Entonces Festo, habiendo hablado con el consejo, respondió: ¿A César has apelado? a César irás.”
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