12 de julio de 2019
Capítulo 42—El viaje y el naufragio
Aprovechando un momento en que amainó la tempestad, Pablo se adelantó en la cubierta, y levantando la voz dijo: “Fuera de cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no partir de Creta, y evitar este inconveniente y daño. Mas ahora os amonesto que tengáis buen ánimo; porque ninguna pérdida habrá de persona de vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios del cual yo soy, y al cual sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es menester que seas presentado delante de César; y he aquí, Dios te ha dado todos los que navegan contigo. Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como me ha dicho; si bien es menester que demos en una isla.”
Estas palabras despertaron la esperanza. Y pasajeros y tripulantes sacudieron su apatía. Había todavía mucho que hacer, y debían ejercer todo esfuerzo posible para evitar la destrucción.
La décimocuarta noche de ser presa de las negras olas, “a la media noche,” los marineros, al distinguir ruido de rompientes, “sospecharon que estaban cerca de alguna tierra; y echando la sonda, hallaron veinte brazas; y pasando un poco más adelante, volviendo a echar la sonda, hallaron quince brazas. Y habiendo temor—escribe Lucas—de dar en lugares escabrosos, echando cuatro anclas de la popa, deseaban que se hiciese de día.”
Al despuntar el alba, se divisaron con dificultad los contornos de una costa azotada por la tormenta, pero no se podía reconocer ninguna señal familiar. Tan lúgubre era la perspectiva, que los marineros paganos, perdiendo su valentía, estaban por huir de la nave, y fingiendo hacer preparativos para “largar las anclas de proa,” habían ya bajado el bote salvavidas, cuando Pablo, percibiendo su indigno propósito, dijo al centurión y a los soldados: “Si éstos no quedan en la nave, vosotros no podéis salvaros.” Los soldados inmediatamente “cortaron los cabos del esquife, y dejáronlo perder” en el mar.
Les esperaba todavía la hora más crítica. Otra vez el apóstol les habló palabras de ánimo, y rogó a todos, tanto marineros como pasajeros, que comieran algo, diciendo: “Este es el décimocuarto día que esperáis y permanecéis ayunos, no comiendo nada. Por tanto, os ruego que comáis por vuestra salud: que ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá.
“Y habiendo dicho esto, tomando el pan, hizo gracias a Dios en presencia de todos, y partiendo, comenzó a comer.” Entonces aquellas doscientos setenta y cinco personas cansadas y desalentadas que, a no ser por Pablo, se hubieran desesperado, comieron juntamente con el apóstol. “Y satisfechos de comida, aliviaban la nave, echando el grano al mar.”
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