31 de julio de 2019
Capítulo 49—La última carta de Pablo
Desde la sala del juicio Pablo volvió al calabozo, comprendiendo que sólo había conseguido para sí un corto respiro. Sabía que sus enemigos no iban a cejar en su empeño hasta lograr matarlo. Pero también sabía que momentáneamente la verdad había triunfado. Ya era de por sí una victoria el haber proclamado al Salvador crucificado y resucitado ante la numerosa multitud que escuchó su defensa. Ese día comenzó una obra que iba a prosperar y fortalecerse, y que Nerón y los demás enemigos de Cristo no lograrían entorpecer ni destruir.
Recluído en su lóbrega celda, y sabiendo que por una palabra o una señal de Nerón su vida podía ser sacrificada, Pablo pensó en Timoteo y resolvió hacerlo venir. A éste se le había encomendado el cuidado de la iglesia de Efeso, y por eso quedó atrás cuando Pablo hizo su último viaje a Roma. Ambos estaban unidos por un afecto excepcionalmente profundo y fuerte. Después de su conversión, Timoteo había participado en los trabajos y sufrimientos de Pablo, y la amistad entre los dos se había hecho más fuerte, profunda y sagrada. Todo lo que un hijo podría ser para su padre amoroso y honrado, lo era Timoteo para el anciano y agotado apóstol. No es de admirar que en su soledad éste anhelara verlo.
Todavía habían de pasar algunos meses antes de que Timoteo pudiera llegar a Roma desde Asia Menor, aun en las circunstancias más favorables. Pablo sabía que su vida estaba insegura, y temía que aquél llegara demasiado tarde para verle. Tenía consejos e instrucciones importantes para el joven misionero, a quien se le había entregado tan grande responsabilidad; y mientras le instaba a que viniese sin demora, dictó su postrer testimonio, ya que posiblemente no se le permitiera vivir para pronunciarlo. Con el alma henchida de amante solicitud por su hijo en el Evangelio y por la iglesia que estaba bajo su cuidado, Pablo procuró impresionar a Timoteo con la importancia de la fidelidad a su sagrado cometido.
Comenzó su carta con la salutación: “A Timoteo, amado hijo: Gracia, misericordia, y paz de Dios el Padre y de Jesucristo nuestro Señor. Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar tengo memoria de ti en mis oraciones noche y día.”
Luego le instó sobre la necesidad de la constancia en la fe. “Por lo cual te aconsejo que despiertes el don de Dios, que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza. Por tanto no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo; antes sé participante de los trabajos del evangelio según la virtud de Dios.” Le suplicó que recordara que había sido llamado “con vocación santa” a proclamar el poder de Aquel que “sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio; del cual—declaró—yo soy puesto predicador, y apóstol, y maestro de los Gentiles. Por lo cual asimismo padezco esto; mas no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.”
A través de su largo período de servicio, la fidelidad de Pablo hacia su Salvador nunca vaciló. Dondequiera que estaba, fuera frente a enfurruñados fariseos o a las autoridades romanas; fuera frente a la furiosa turba de Listra, o los convictos pecadores de la cárcel macedónica; fuera razonando con los marineros llenos de pánico sobre el buque náufrago, o estando solo ante Nerón para defender su vida, nunca se avergonzó de la causa en la cual militaba. El gran propósito de su vida cristiana había sido servir a Aquel cuyo nombre una vez lo había llenado de desprecio; y de este propósito no había sido capaz de apartarlo ni la oposición ni la persecución. Su fe, robustecida en el esfuerzo y purificada por el sacrificio, lo sostuvo y lo fortaleció.
“Pues tú, hijo mío—continuó Pablo,—esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Y lo que has oído de mí entre muchos testigos, esto encarga a los hombres fieles que serán idóneos también para enseñar a otros. Tú, pues, sufre trabajos como fiel soldado de Jesucristo.”
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